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Como antisoviético a los antisoviéticos…
 
Lástima que los propietarios de la parrillada “Antisoviétskaya” (“Antisoviética”) cedieran a las presiones del comisionado municipal Shtukatúrov y del prefecto Mitvolj y desmontaran el letrero con su nombre. Es una lástima, porque la demanda de los burócratas estaba fuera de la ley; porque todo eso —en especial el chantaje perpetrado por los bomberos y el SES— constituye un atentado a la libertad de empresa. Porque las quejas de los veteranos representan una mediocridad, una bajeza y una estupidez. Y también porque el nombre “Antisoviética” merece que el golpe sea asimilado sin doblegarse.
 
No hace falta culpar a los propietarios de la parrillada; es fácil comprenderlos: quieren conservar su negocio. De los jefes del municipio de Moscú, embrutecidos por las loas a Stalin, no vale la pena ni hablar. Pero sí quisiera dirigirme a los veteranos que redactaron la queja.
 
Ustedes, señores, sólo se imaginan que son los únicos dueños del patriotismo, el amor a Rusia y el desvelo por su futuro. Ustedes sólo se imaginan que su descanso es merecido y honorable. Ustedes sólo se imaginan que gozan del respeto de todos.
 
Hace mucho que les inculcaron esas ideas, pero su tiempo ya pasó. Vuestra patria no es Rusia, sino la Unión Soviética. Ustedes son veteranos soviéticos, y su país —gracias a Dios— hace ya 18 años que dejó de existir. Pero es que la Unión Soviética no es el país que ustedes pintaron en los textos escolares y en su prensa mentirosa. La Unión Soviética eran no sólo los instructores políticos, los stajanovistas, los obreros de choque comunistas y los cosmonautas. La Unión Soviética eran también las sublevaciones campesinas, las víctimas de la colectivización y de la gran hambruna intencionalmente provocada en Ucrania, los cientos de miles de inocentes fusilados en los sótanos de la Cheka y los millones de martirizados en el GULAG al son del asqueroso himno de Mijalkov. La Unión Soviética eran los disidentes encerrados por tiempo indefinido en manicomios, los asesinatos por la espalda y (en los incontables cementerios de los campos de concentración) las tumbas anónimas de mis amigos presos políticos que no alcanzaron a ver nuestra libertad.
 
Ustedes se escandalizan tanto por el nombre “antisoviético” porque, en realidad, sirvieron como mandantes en esas cárceles y campos, como comisarios en sus cuerpos de vigilancia y como verdugos en los polígonos de fusilamiento. Veteranos soviéticos, fueron ustedes quienes defendieron el poder soviético y después resultaron colmados de atenciones por éste, pero ahora sienten miedo a la verdad y se aferran a su pasado soviético.
 
Vladimir Dolguij, presidente del Comité de Veteranos en Moscú —que fue propiamente quien presentó la demanda—, se desempeñó como instructor político durante la guerra, y después hizo carrera en el Partido, convirtiéndose en definitiva en secretario del Comité Central del PCUS. Los más ancianos deben recordar ese apellido. ¡Un veterano del totalitarismo! En sus tiempos se encarcelaba por actividad antisoviética; no hay que asombrarse —pues— de que haya reaccionado tan vivamente al letrero de la parrillada. Usted, Vladimir Ivánovich Dolguij, pertenece a la pandilla de delincuentes comunistas que trataron de arruinar a nuestro país, pero después lograron escapar a la justicia y a la sanción. Ahora usted sale de nuevo a flote para justificar su pasado. El pasado soviético: sangriento, mendaz y bochornoso.
 
Mientras que yo provengo del pasado antisoviético de nuestro país, y le diré una cosa: Además de  usted, hay en la Unión Soviética otros veteranos, sobre los que usted no quisiera saber ni oír nada: son los veteranos de la lucha contra el poder soviético; contra vuestro poder. Ellos, al igual que algunos de ustedes, lucharon contra el nazismo, pero después se batieron contra los comunistas en los bosques de Lituania y Ucrania Occidental, en las montañas de Chechenia y en las arenas del Asia Central. Ellos promovieron los alzamientos en los campos de concentración de Kenguir en 1954, y participaron en la manifestación en Novocherkask en 1962, que fue acribillada a balazos. Casi todos murieron; casi nadie guarda su memoria; en su honor no se bautizan plazas ni calles. Los pocos que siguen con vida no reciben subsidios ni pensiones personales; viven en la pobreza y el anonimato. Pero no son ustedes, custodios y adoradores del poder soviético, los verdaderos héroes de nuestro país; sino precisamente ellos.
 
Nuestra aletargada sociedad no ha reconocido aún nada de esto; sigue mostrándose incapaz de valorar la importancia de la resistencia anticomunista o de honrar la memoria de los caídos en la lucha contra el poder soviético. Nuestra sociedad continúa hipnotizada por la propaganda soviética o, en el mejor de los casos, observa con indiferencia su pasado, sin comprender la importancia que éste tiene para su futuro.
 
¡Pero de qué veteranos soviéticos estamos hablando?: ¡Halcones de Stalin y lamebotas de Brézhnev; opresores que militaban en el partido de Vladimir Dolguij!
 
Personas al parecer normales conviven dócilmente en el mundo de los símbolos y nombres soviéticos. Leen Komsomólskaya Pravda, trabajan en el Moskovski Komsomólets, actúan en el teatro del Komsomol Leninista, viven en la Avenida Lenin y ni siquiera piden que se le cambie el nombre. ¿Qué importa —dicen— cómo se llame! En efecto: ¿qué diferencia hay entre vivir en la limpieza o en la inmundicia! Y sólo reaccionaron cuando los veteranos consideraron que se ofendía al poder soviético. Ay, ¿cómo compaginar que haya democracia y que los veteranos no se sientan ofendidos! ¡Porque hay que respetarlos!
 
Sí, a los que lucharon contra el nazismo vale la pena respetarlos. Pero no a los defensores del poder soviético. La memoria que hay que honrar es la de los que se enfrentaron al comunismo en la URSS: Ellos defendieron la libertad en un país que no era libre. ¿Vale algo su memoria en Rusia, que dice ser un país democrático?
 
Es tiempo ya de poner fin a los lamentos hipócritas sobre los sentimientos de los veteranos que se declaran ofendidos por los ataques contra el poder soviético. El mal debería ser punible; sus servidores también. El desprecio de los descendientes es lo menos que merecen los constructores y defensores del régimen soviético.
 
Moscú, 21 de septiembre de 2009.
 
 
Alexánder Podrabínek
 
(Traducción directa del ruso de René Gómez Manzano.)




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